miércoles, 21 de agosto de 2013

Villahoz: “El reino de San Bartolomé”




(Fábula cachonda e irreverente, contada por el gerbero Jesús Manrique)

Destinada para ser leída por amiguetes del autor, enamorados del pueblo de Villahoz, devotas y devotos de San Bartolomé y todo aquel que habiendo caído en sus manos, “le dé una higa” la Historia con mayúscula y tenga ganas de sonreír a costa de este estrambótico autor.
En el principio de los tiempos, uno de los discípulos de cristo, llamado Natanael, fue destinado – o lo escogió él, esto no se sabía- a predicar la nueva religión fundad por Jesús de Nazaret y sus doce apóstoles menos uno- Judas, de infeliz memoria- después reemplazado por un tal Matias, para que fueran doce y no once. Bueno, a lo que vamos; que el tal Natanael lo mandaron a predicar el evangelio a La India. Y ¡hay que ver como estaba La India entonces!: Un montón de religiones y dioses, vacas y monos por todos los sitios, y vete tú a decirle a aquella gente tan acostumbrada a pasar el día haciendo el indio, que no hay más que un Dios, que Él lo creo todo, y que hay que amar al prójimo aunque sea un cabroncete, y la resurrección de la carne y todo eso…
Natanael no consiguió convencer a ninguno y no sólo eso sino que fueron a por él y lo martirizaron. Pero no de cualquier manera. Le despellejaron vivo y le arrancaron la piel a tiras, ¡Con lo que eso duele!
Se ve que Natanael aunque le firmaron los papeles de mártir, no murió del todo y haciendo alarde de valentía, o por prodigio divino, que estos apóstoles, al principio tenían maniobra para hacer milagros, y eso, escapó a las iras de los indios y se vino andando a través de toda Europa buscando un lugar idóneo para asentarse y cumplir el mandato divino: “Id por todo el mundo y predicad la Buena Nueva, o sea, el Evangelio”. India había que dejarla por imposible. Andando, andando se paró en el Taj Mahal, a pedir ayuda pues le pareció que se trataba de una casa bien. Pero fue recibido a cachavazos y llamado de todo: “¡Inútil, obsceno!, ¿no ves que esto es un sepulcro y no una casa de placer?...”
Al salir de aquella humillación, se cambió de nombre y se llamó Bartolomé, despistando a todo el que a través de Europa le pedía los papeles porque n árabe “Bar” es igual a hijo y “Tolomeo” es por todos conocido. Bartolomé consiguió algo de prestigio con ese nombre y así atravesó la Grecia de todas las culturas, el norte de Italia y toda Francia sin meterse en predicaciones ni apostolados, por si acaso. El hombre sólo tiene una piel y a él se la habían arrancado a tiras. ¡Malditos indios! Bartolomé no se atrevió a abrir la boca en todo el camino, no se fuera a repetir lo de La India. Su trabajo le costó atravesar los Pirineos y recorrer el país hacia el sur. Un país que estaba cubierto de espléndidos bosques, de tal manera que según dice Estrabón- algunos dicen que fue Plinio el Joven- en Hipania, que así se llamaba esto, una ardilla podía ir de la cordillera Cantábrica a Sierra Nevada, sin bajarse de los árboles. También son ganas de exagerar. Y San Bartolomé, chino chano, se asomó a la meseta de Castilla y casi sin quererlo se vio en un lugar muy apacible que entonces llamaban “Villafauce”, y Bartolomé, que de camino había aprendido algo de latín, se dijo: “¡Coño! Villa-fauce. Esto debe ser Villahoz, porque fauce en latín es hoz; y aquí se ve buena tierra y buena gente, no como aquellos cafres indios que además de ser unos guarros y unos vagos, fíjate lo que me hicieron…”
“Bueno, total que me quedo y aquí voy a fundar un reino donde pueda cumplir con el mandato del maestro de predicar el Evangelio, que el lugar es majo y la gente parece de buena pasta. Bueno pues ya está, aquí fundo mi reino que se va a llamar, como no podía ser de otra manera: El reino de Villahoz. Y yo asumo la titularidad de este reino en nombre de Dios, que hasta aquí me trajo tras librarme milagrosamente de los malditos indios que Él les confunda y que se metan donde les quepan sus vacas, sus monos y sus elefantes”
Llegó un día en que el Rey San Bartolomé- yo no sé si pensando en la sucesión al trono de Reino de Villahoz, o simplemente acuciado por la ley natural de la especie humana- San Bartolomé se echó una novia. Buena moza, esbelta y guapa y hasta un palmito más alta que él; se llamaba Madrigal y los vecinos le pusieron un mote por demás elogioso: La llamaron “La Resmerada”. Y todo iba bien, pero cuando comprobó que allí no había ni muslos, ni nalgas, ni entrepierna, sino unos listones de madera y unos aros que daban forma a su espectacular talle. Bartolomé quedó convencido de que en verdad era virgen del todo, pero lo dejaron correr y ella se retiró a su castillo de la Ermita y él a su trono del retablo de su palacio de la Iglesia. Todo de común acuerdo y amigablemente.
San Bartolomé, para aliviar la soledad, se compró una mascota, que llevaba atada con recia cadena, y que era el mismo diablo. Los entendidos decían que era diablesa. No sé dónde mirarían para decir eso. Y ya nunca más se habló de sucesión ni de casorios.
Y es que “La Resmerada” tenía otro pretendiente llamado San Isidro, que era también labrador y éste iba a verla a la Ermita y se daban buenos paseos arriba y abajo y éste la presentaba y hasta convivían juntos sus buenos quince días y a todo el mundo le parecía bien. Pero había un inconveniente y es que el tal San Isidro estaba casado con Santa María de la cabeza y no era cuestión de armar allí un escándalo; así que el 31 de mayo, Madrigal se fue a su castillo de la Ermita y San Isidro se quedó con la hornacina, con su reja de arado y esa miniatura primorosa que le había regalado Jesús Gutiérrez, gran artista de la madera y la gubia. Ya nunca más se habló de estas cosas. Aquí se venía  reinar y a gobernar.
Bueno, vamos a ver… Lo primero que se necesita es un ministro de agricultura y que podría ser ese que se dice Val  y que son una buena cuadrilla y conocen bien las tierras.
-          A ver, tú, no sé cuántos Val: Tú, ministro de agricultura.
-          Vale, y ¿qué hago?
-          Mira, no quiero ver un árbol en treinta kilómetros a la redonda. Como mucho algún gerbal que otro, y en lugares que no estorben.
Alguien intervino quejoso:
-          ¿Y la sombra para el verano? Porque aquí, en Agosto calienta de cojones.
-          Bueno, eso se arregla con unos cuantos nogales plantados estratégicamente para tomar la sombra al mediodía y para que se arreen las ovejas y el pastor se eche la siesta.
-          ¿Y qué hacemos con  el monte que está plagado de encinas y robles?
-          ¡Todos abajo!; que la tierra de encinas buena es para el trigo y la cebada y aquí ha de quedar todo llano para el trigo, la cebada, los yeros y las lentejas. ¿O es que no queréis comer?... ¿Preferís las bellotas al pan candeal y que los animales se mueran de hambre sin cebada ni yeros? Fuera las encinas. Dejaremos unas pocas en el montecillo como reserva protegida, para que cazadores y furtivos tuvieran para comer ellos y sus hijos, y no solo pan y titos. En cuanto al reino del Verdugal, que tiene su capital en las casas del monte, ya pactaremos con su Rey qué es lo que hacemos con los robles y las encinas.
-          Y, ¿Quién manda allí?
-          Allí reina “Lobo”. Y con ese, pocas bromas.
-          Que ya verá dónde se retira pero irse no se va. Y con esto queda apañado el campo y toda la agricultura. Así que… ¡A gobernar! Y para obras públicas ponemos a Quevedo, sea clérigo o no, aunque para lo primero que hay que hacer, mejor que sea clérigo que no laico.
-          ¿Y qué es lo primero?- Se adelantó Quevedo con haldas.
-          Lo primero es hacer aquí, en esta explanada una gran Iglesia en la que quepa todo el mundo, como lo hizo mi amigo y medio pariente Santiago, allá en su reino de Galicia
El Quevedo ya investido, se apresuró a objetar:
-          Pero si aquí no hay piedras para tan descomunal monumento.
-          Ahí tenéis bien cerca toda la que queráis, en Historia de la Cantera y si aún faltara, ya he hablado yo con otros reinos menores que se asociarán al nuestro y hasta nos darán las piedras ya labradas de sus iglesias, como son: Las iglesias, Congosto, San Mamés y alguna más. Por piedras no os preocupéis: y ya os traeré yo canteros del reino de Galicia, que son los mejores picapedreros para esto de las iglesias. ¡Anda que no la hicieron lujosa en su reino! ¡Y es que su rey Santiago, tiene una mano para eso…, y un poder…! Pero bueno, nosotros con lo nuestro haremos lo que podamos, pero que la iglesia sea hermosa y grande como la que más. Manos a la obra, que para eso eres ya ministro de Obras públicas.
-          También necesitamos un ministro de instrucción, cultura y arte. Y podrías ser tú mismo Álvarez y si necesitas algún cargo de confianza echa mano de Martínez o Velasco. Si aquí tenemos gente de sobra. Lo primero hay que mandar a Flores al conservatorio de música para que saque el título de dulzainero. Ya le recomendé yo al director del conservatorio, que es un tal Eufrasio de los Baltares, que es amigo mío. Y luego necesitaremos campanas.
Recogieron todo el bronce en pulseras, pendientes, brazaletes, anillos y hasta los adornos de las cabezadas de las caballerías, los fundieron en mitad de la plaza y moldearon dos enormes campanas de 50 arrobas cada una y que llamaron a una Asunción y a la otra Madrigal. Y como siempre hay algún pesimista que sólo ve lo negativo o trabajoso, alguien dijo:
-          Y… ¿Cómo coño subimos esto hasta allá arriba?
Los ministros ya nombrados, dijeron:
-          ¡Coño! ¡Pues es verdad! Pero si otros lo han hecho, los gerberos no vamos a ser menos
Y cuando la torre estuvo terminada, el carretero hizo la melena con el tronco del olmo más grueso que se había salvado de la roturación, el herrero hizo los herrajes que sujetaban el bronce a la melena; y arriba con ellas. Instaladas cayeron en algo que antes no habían calculado.
-          ¿Y quién diablos voltea ahora las campanas con lo que pesan? Habrá que manejar sólo los badajos.
Todos los más forzudos echaron una mano para subirlas; con una prevención: Los enclenques… no; que no hacen más que estorbar. Tardaron tres meses en llegar arriba, descansando cada cuatro peldaños de la escalera de caracol, hasta llegar al lugar de las campanas.
Una vez colocadas, entre todos consiguieron voltear una vez una de ellas, pero desistieron de darle más vueltas porque peligraba cargarse la pared donde estaba encajada.
Lo dicho: Sólo con los badajos:
Hicieron subir a Manolito, que era el único que tenía el título de campanero para que las probara. Agarró las cuerdas de los badajos, dio unos cuantos badajazos y dijo:
-          “Esto suena de puta madre” Mire usted señor Rey San Bartolomé.
-          Pero hablad bien que no cuesta un huevo. No olvidéis que estamos en sagrado.
-          Bueno, que sí que suena que suena que es la hostia. Mire:
Que me l’han tentau, tentau, tentau
En la bodega de Cuadrau
Cochina, marrana, no haberte dejau dejau, dejau…..
-          Y lo mismo el:
Sartén- pelón; Pelón sartén para las fiestas y procesiones
Al Rey le pareció bien y todo el pueblo que lo oyó quedó encantado.
-          ¡Hay que ver este Rey lo que ha hecho en cuatro días! Dios nos lo conserve por los siglos de los siglos.
Bueno, se necesitaría algún ministro más, por ejemplo: Ministerio de Justicia. Y como en todo había total democracia, alguien dijo:
-          Para esto nadie mejor que el Justo y la Paca, para que no digan las mujeres
Justo y la Paca hacían justicia de la buena ya además “hacían sillas nuevas y arreglaban el culo a las viejas”
Sólo le faltaba al rey San Bartolomé un ministro de trabajo. Y para el cargo se presentaron los más vagos, porque los demás estaban ya trabajando.
-          ¿Y el ministro de la Guerra o de Defensa…?
-          Para eso nadie mejor que un Ballesteros, que sepa manejar la ballesta.
-          Pero, ¿cuál?... Que aquí hay un montón
-          Pues el que tenga más puntería con la ballesta.
Y con eso y un par de tirachinas tenemos de sobra. Guerras, cuantas menos mejor, que hartas hay por ahí.
Así las cosas, y cuando parecía que todo empezaba a rodar, alguna mente ilustrada se le ocurrió decir:
-          Ya tenemos Rey,  ministros e Iglesia, pero no tenemos himno nacional y no hay reino que no tenga su himno que conmueva los corazones al cantarlo.
Fue el ministro de cultura, entendidillo en músicas y sones, el que propuso que el himno nacional fuera “la jota de San Bartolomé”, del maestro Eufrasio, y que los gritos de exaltación patriótica no fueran como en las Españas del gran Santiago, el típico “Arriba España” o “Viva España”, sino algo más nuestro como “¡Que viva San Bartolomé, que viva y que viva!”. Y así se cerró el pleno. Y el discurso del Rey San Bartolomé terminó así:
-          Y ahora todo el mundo a trabajar, y a quien Dios se la de que San Pedro se la bendiga.
Quedaban algunas flecos suelto y eran las relaciones con algunos reinos menores, con
Quienes había que hacer pactos o asimilarlos al gran reino de Villahoz recién fundado. Estaban el reino de Pigoña que era pacífico y no creó ningún problema. Estaba también el señorío Valdaya que estaba más cerca de Escuceros y Santamaría que de Villahoz. No hubo ningún problema para convencer y asimilar a la Sorruga o a Valdompadre, pero había uno que se resistía y San Bartolomé no se atrevió a meterse con él. Pues tenía un nombre muy agresivo y malsonante: Era el reino de Valdecabrón, cuyo rey era el mismo demonio y veta tú a saber de dónde sacaron ese nombre. Por si acaso lo dejaron en suspenso en la esperanza de que ya caería cual fruta madura, sin tener que arrodillarse ni pelear con nadie. Además no era ni tan rico ni tan extenso, que supusiera un peligro para la unidad del reino del Villahoz como ya se le llamaba. Lo de San Bartolomé quedaba sólo de adorno y anécdota “histórica”.
Una vez conseguida la unificación, se pensó en la posibilidad de encerrar el reino con una gran muralla, pero ante la imposibilidad de encontrar tanta piedra, para aislarlo de los reinos vecinos, se quedó todo en una raya. Y así Villahoz, por uno de los puntos cardinales llega hasta la raya de Tordómar, por otro hasta la raya de Mahamud; a la raya de Zael por el monte y a la raya de Escuderos por el Oeste.
Alguien, impaciente, en el último pleno que se celebraba en mitad de la plaza, dijo:
-          Bueno… y del rollo, ¿qué?
Y San Bartolo, que ya la gente amistosa y cariñosamente lo llamaba así, le acalló con argumentos que convencieron a todos.
-          No seas impaciente, todo se andará y eso cuando los reyes de las Españas nos asimilen al gran reino. Ellos mismos, el gran rey Fernando se encargará de levantarlo sin que nos cueste un maravedí. Pero para eso hay que esperar hasta el siglo XIV. No te preocupes, que rollo habrá tanto si lo queremos, como si no. Además que dicho rollo sirve de picota para ajusticiar a malhechores y asesinos, y aquí, de momento, todo el mundo es bueno y trigo limpio.
-          ¿Y cuándo haremos la coronación?
-          Nada de coronaciones ni de otros fastos que son muy costosos y no está el reino para gastos. Lo que sí que hay que hacer enseguida es procurarnos los signos indispensables de todo reino que se precie, como son la bandera, el escudo y el himno, y eso lo vamos a hacer por aclaración popular: Cada vecino que escoja la suya y ya veremos cuál es la que más se repite y esa será la que más nos guste. Tiempo perdido porque se presentaron tantas como vecino y a cual más disparatada. Al fin se escogió una con los colores verde y blanco, con el escudo en medio. Nada de águilas ni de toros huevones ni de toros huevones. El verde por el color de los trigos en primavera y el blanco por el color de los rastrojos en agosto. Y el escudo, también de lo más sencillo: Un fondo liso sin cuarteles ni gules y una mano que empuña…
-          ¡Ya lo sé! Una hoz
-          Pues no; un podón que es la herramienta que se utiliza para podar los majuelos en otoño, pues es bien sabido que antes de llenar nuestras tierras de trigo candeal, cada cual se plantó su majuelito, porque ya se barruntaba que aquí se iba a soplar de cojones y de ahí que se obligara a todo el mundo a excavar su bodega a veinte peldaños de profundidad para tener vino fresco todo el año.
Esto les pareció bien a todos y no hubo ni una sola protesta. San Bartolomé bendijo la genial idea y también él se echaría sus buenos tragos.
-          Bueno majetes, sois la hostia. Así da gusto reinar.
Y nos queda el himno. Esto va a ser más jodido, porque nadie sabía el solfa, y se lo encargaron a Eufrasio, que era el director del conservatorio de música con sede en los Balbases. El día que lo presentó gustó tanto a todo el mundo, hombres, mujeres y niños se pusieron a bailar como locos y no se habló más.
-          Este es nuestro himno
-          Y ¿Cómo se llama maestro?
-          Es una pieza que yo me he inventado de oído con una dulzaina y se llama ¡La jota de San Bartolomé” a honra de nuestro rey
-          Pues ya tenemos himno nacional; es sólo música sin letra para que nadie tenga la tentación de inventarse letras chungas e irrespetuosas con nuestra principal institución: “El reino de San Bartolomé”. Todo el mundo lo sabrá tararear y no habrá necesidad de enseñarles la letra a los niños en la escuela. Ahora vamos a promulgar las leyes fundamentales en todo el reino que se precie y con ellas haremos un código que será un código de barras pues no tendrá más que una ley: ¿Para qué queremos más? Ya tenemos la Ley de Dios que también es corta y ya vemos lo mal que se cumple. Nuestra única ley es: “Todo el mundo tiene derechos al trabajo y a comer de él”
-          ¿Y la fiesta nacional?
-          Ya salieron los gandules. ¿No tenéis bastante con los domingos y las pascuas?
-          No, si es para honrar a nuestro rey que tan bien ha organizado esto.
-          Bueno, bueno. La fiesta será el 24 de agosto y no más de tres días de bailoteo y borrachera, que ya os conozco. Pero antes tiene que estar todo el trigo en las paneras y las eras limpias. Y que haya procesión y misa floreada y buenas meriendas en las bodegas, que eso atrae mucho turismo y eso siempre ayuda a la economía del reino; pues sino aquí no hay una perra gorda. Y si no pedís nada más, se cierra la sesión parlamentaria y que sea el secretario quien levante acta, o que levante lo que pueda y “ a vivir que son dos días”
-          Y, ¿Quién es el secretario?
-          ¡Coño! Pues uno que sepa leer y escribir, ¡No te jode!... Y que sepa algo de leyes y documentos.
Dado en Villahoz, a tropecientos y pico y firmado por su rey:
 San Bartolomé


Autor: Jesús Manrique

miércoles, 15 de febrero de 2012

Las Manolas

Aunque los protagonistas de las jornadas taurinas de nuestro pueblo eran los toreros, en Villahoz, las corridas no eran las mismas sin las manolas. Las jóvenes de Villahoz se vestían con sus mejores galas para dar colorido antes, durante y después de las corridas. La tradición de las manolas se conservó hasta la última corrida. Dolores, nos contó en primera persona su experiencia como Manola en el año 53 o 54, cuando lo toros se celebraron en el “corral de Colato”. Aunque los toreros y las manolas se llevaban todas las miradas, muchos eran los que participaban en aquella fiesta, como Ladis Rebollo, que corría las llaves o los quintos de turno que montaban la plaza.
Fototgrafía cedida por Roberto Carpintero

Fotografía cedida por Roberto Carpintero


Las manolas eran las encargadas no sólo de animar la fiesta con sus coloridos trajes, sino también de recorrer el pueblo en busca de flores para adornar el carro con el que daban una la vuelta al pueblo, en el caso de Dolores, conducido por Jose Mari.

martes, 8 de noviembre de 2011

Los toros

Las corridas de toros en Villahoz representaban el centro de las fiestas  de la Virgen en los años 40 y 50 del pasado siglo, aunque esta actividad sobresaliente y exultante duró hasta el año 1972. Entre los años 60 y principios de los 70, Villahoz sufrió una fuerte emigración de familias enteras y sus jóvenes hacia las ciudades con industria, bien el País Vasco, Madrid o Cataluña, fundamentalmente. Esta emigración pudo ser una de las razones para que las fiestas decayeran durante estos años, había menos jóvenes para organizarlas y por supuesto para disfrutarlas.

No hemos podido recabar recuerdos exactos sobre el año de la primera corrida. Sabemos que ya en el año 1946 hubo una corrida de toros en la plaza mayor para conmemorar el centenario de la cofradía de la Virgen de Madrigal. Sin embargo no sabemos si este año fue el primero o ya se celebraban con anterioridad. Jesús Manrique nos comenta que él se fue del pueblo en 1945, y recuerda que años antes ya hubo toros.
Fotografía cedida por Angel Alvarez

Hasta 1951 las corridas de toros se hacían en la plaza mayor. Los chiqueros los poníamos en la cochera de Santiago en la plaza”, nos comenta Blas .
Posteriormente la fiesta se trasladó a las afueras del pueblo, en lo que ahora es el conocido corral “de Colato”. También hubo otro año, el último de las famosas corridas, que tuvo su escenario en la era de Porfirio, a la salida del pueblo al inicio de la carretera de Palencia.
No importaba donde fueran las corridas, los quintos montaban la plaza de toros con carros alrededor y arena para el coso. Blas recuerda: “En mi quintada montamos la plaza, colocamos carros alrededor para hacer las gradas, y pusimos los chiqueros en la cochera de Santiago. Como era quinto Jesús Martínez, su padre nos prestó un carro con una pareja de mulas para poder ir a la Losa, junto a la ermita de la Veracruz, cerca de la Tejera, a por arena para hacer el ruedo”.
Los carros se ponían en círculo para construir el coso y a la vez proteger a la gente de los toros y servir de escenario. No había otros materiales a parte de los tablones que se utilizaban para unir los carros. Con estos medios tan rudimentarios y poco apropiados nos podemos imaginar la incomodidad para subir y bajar de los carros sobre todo las mujeres que llevaban faldas, que eran todas. Una anécdota que refleja esta situación nos la cuenta Isabel, mujer de Félix y hermana de Luisa, que recuerda perfectamente como “ el día de mi comunión coincidió con los toros en el pueblo, y al intentar subirme a los carros se me rompió todo el vestido!, sólo recuerdo la llorera que me cogí y que fui a comer donde mi tía para que mi madre no viera el estropicio”

Ya por los primeros años de la década de los 50, era el famoso “Cañitas”, representante taurino el que se ponían en contacto con los jóvenes de Villahoz para ajustar las corridas. Según recuerda Blas, “cuando  fui quinto Cañitas ya tenía un bar cerca de los soportales de Antón en Burgos, y venía por los pueblos de la provincia trayendo festivales taurinos. Los representantes traían los toros a cambio de la recaudación en taquilla”.

En aquellos tiempos la mayoría de las corridas que tuvieron lugar llevaban el mismo guión: primero toreaba el torero “estrella” de turno, para luego dejar  paso a los aficionados del pueblo, y finalmente dejar que los quintos se divirtieran con una vaquilla. Alguno, si no le cogía el toro, se sentía el mismo Manolete que se enfrentaba al astado para mayor gloria de la parroquia. Durante días previos y después de la faena, los comentarios eran la corrida y el acompañamiento. Todo un éxito que al pasar el tiempo se confundía el deseo,  la ilusión con la realidad que poco a poco se iba desdibujando. Eran los toros centro de la fiesta.

Una de las anécdotas más divertidas que ha llegado hasta nuestros días gracias a la memoria de Blas, fue lo que le ocurrió a  Maximino, uno de los integrantes de la quintada de Blas, que al ir a clavar la espada al toro, ésta saltó por los aires y, con tan mala suerte que le cayó en la cabeza, provocando, primero la preocupación y luego las risas y el recuerdo entre los que estuvieron presentes al ver que el incidente se resolvió con una brecha.



martes, 30 de agosto de 2011

Los Gerbas

La historia de G.E.R.B.A. (Grupo Exper(y)mental Revolucionario Bebedor Activista, formado por Félix, Roberto, Fernando y Andrés, ayudados por Gonzalo) comienza en 1988 con la reproducción, a escala 2/3, de nuestro rollo. De cartón, madera y papel, y lleno de petardos, resumió la alegría de todos los que, en el atrio de la iglesia, mirábamos sorprendidos cómo ardió a medianoche…
Fotografía cedida por Félix Val

Ese mismo año, unas láminas reunidas en la publicación “Detalles de Villahoz” recogían, en imágenes y palabras, algunos “latidos” de la vida de nuestro pueblo.
En el verano de 1989 pintamos en el suelo de las calles y plazas mensajes para todos los gustos y colores: “Bienvenidos: así somos más y más”, “¡Ahí te va el hachazo!”, “Litros de música”, “De flores llenos”, “Más libertad y más playa: (¡vaya, vaya!)”, “De amor en la noche”, “Eres un sol, tú eres la fiesta”…
En 1990 dos grandísimas pancartas, colgadas en la torre de la iglesia, se veían desde lejos y daban la bienvenida a la fiesta: “San Bartolo tiene tela” (o te la tiene) y “Villahoz, tu corazón”.

Fotografía cedida por Félix Val

En 1991 el rollo se vistió de aluminio (¡una obra brillante!) y de luna llena. (Es que nos va el rollo…). Los niños pintaron cuatro tableros grandes, y la acacia de la carretera (muy seca) echó hojas de papel… Una banda de música nunca vista (ni oída) “sopló” mil canciones y 300 litros de limonada.
El 18 de agosto de 1992 fue la primera e inolvidable excursión Villahoz-Burgos-Sotopalacios-Covanera- Valdelateja-Quintanilla Escalada-Orbaneja-Villahoz: morcillas para almorzar, baño en las aguas frías del “pozo azul” y en las aguas calientes del balneario, subida a la ermita, comida a las orillas del Ebro, misterio y “once puntos” en la cueva y regreso…
Fueron pasando los años y gracias a la colaboración de muchos (jóvenes, niños y mayores) hemos hecho ¡de todo!: poner puertas y cortinas a los arcos de la muralla, concursos y exposición de pinturas con los dedos, más excursiones (Aranda, Peñaranda, Clunia, Pinarejos, La Yecla…), una “falla” de nuestra iglesia, gynkana en bicicleta por el campo hasta el río Cubillo, cambio en los nombres y placas de las calles, juegos populares pintados en el suelo (y la oca gigante de la plaza Mayor), “señalización” jocosa de la calle Real…
Fotografía cedida por Félix Val
Fotografía cedida por Félix Val

Muchísimos proyectos más se han quedado en el tintero de las ideas y otras acciones realizadas son inenarrables o inconfesables.
Y nos dice la memoria que, por aquel entonces, apareció la peña “Los Botijos”, pero ésa es otra historia…

 Firmado:
Andrés Carpintero

Felipón

En la vida de los pueblos no todo son Fiestas y Charangas ,  tambien hay enfrentamientos y hechos luctuosos como nos cuenta Luis Álvarez, y como las monedas suelen tener dos caras, tal vez alguien haya oido en su familia la otra cara de esta historia y nos ayude a completarla.

Permítanme que me presente: mi nombre es Luis Álvarez Antón, nacido en Torrepadre, hijo de Potenciano Álvarez Gutiérrez y de María Antón Díez.

El relato que quiero presentarles, recoge parte de una historia acaecida en mi familia paterna, natural, toda ella, de Villahoz, a partir de mi abuelo Francisco Álvarez hacia atrás. Francisco Álvarez se casó con Victoria Gutiérrez, de Torrepadre, lugar dónde crearon su numerosa prole.
El padre de Francisco Álvarez, (mi bisabuelo), se llamaba Felipe Álvarez Maté (1835-1920), al cual todos, en Villahoz y sus alrededores, conocían por “Felipón”. A él se refieren los hechos que voy a narrar.
A Felipón le llamaron para luchas en las “Guerras Carlistas”, lo más probable, en el bando de los vencedores, pues a éstos se les dotó, al finalizar la contienda, de un arma con la cual pudieran defenderse de los posibles enemigos que en el desorden y excitación mental de estas situaciones, siempre proliferan.
En este caso, se trataba de un pistolón, a la usanza de aquellas épocas, llamado “trabuco”, que Felipón siempre llevaba consigo… “Por si las moscas”.
Pues bien, he aquí que un buen día (o mejor dicho: un mal día), cumpliendo con sus quehaceres diarios, se dispuso a retejar una tenada de ovejas, cercana a Villahoz. Al llegar al sitio citado, quiso probar el arma, pero ésta no funcionó, por más que lo intentó varias veces. Seguramente debe estar húmeda la pólvora, pensó. Visto lo cual, subió al tejado con el trabuco, lo puso al sol para que se secara, se quitó la chaqueta y comenzó su trabajo.
En la plaza del pueblo había, en ese momento, varias personas ociosas, charlando un poco de todo, entre sí. Una de éstas, nada amigo de Felipón, sin duda sabiendo donde él se encontraba, completamente solo, manifestó a esos individuos, posiblemente partidarios suyos, políticamente hablando: “me voy a por Felipón; ya veréis qué pronto le traigo a la cola del caballo…” Así que dicho y hecho.
Llegando al sitio, apeóse del caballo (el saludo ya no debió ser muy cordial), y le conminó a que bajase, con la excusa de querer tratar un asunto con él. Debieron ser, éstos muy tensos y muy duros para mi bisabuelo Felipe, pues él ya debía imaginarse las intenciones que su visitante traía, y debió temerse lo peor, como así confirmaron los hechos que siguieron. En efecto, Felipón accedió a bajar, pero diciéndole que iba a recoger primero su chaqueta para no quedarse frío, a lo que el otro contestó con ironía: “si no te va a hacer falta”. Tras esa respuesta, a Felipón, ya no le debió quedar ninguna duda sobre sus intenciones, por lo que en vez de coger la chaqueta, cogió en trabuco que antes había puesto a secar al sol, para intimidarle desde arriba, seguramente creyendo que no iba a disparar. Pero cuál no sería su sorpresa cuando el trabuco escupió todo su contenido sobre su enemigo, cayendo este malherido, antes de poder materializar sus malas intenciones. En ese preciso momento, los que habían quedado en la plaza de Villahoz oyeron a lo lejos el disparo y comentaron entre ellos:  “ ¡Vaya ya cayó Felipón!”. Pero Felipón sano y salvo, anuque seguramente un tanto preocupado y nervioso, tomó el camino de Villahoz (no sé si a pie, o sobre el caballo del “bandido”, para dar parte de lo sucedido a las autoridades, las cuales llegaron hasta el herido, encontrándole todavía con vida y pudiéndole tomar declaración, en ella se confesó culpable de lo que había sucedido, siendo corroborado su testimonio por las gentes que estaban en la plaza, quienes relataron lo que esta persona había dicho, demostrándose así sus malos propósitos.
De esta manera quedó acreditada la culpabilidad del “bandido”, quedando Felipón libre de toda responsabilidad o culpa en los hechos. Se trata, sin duda, de un claro ejemplo de los que podríamos denominar, según reza el refrán popular: “ir por lana y salir trasquilado”.
Esta historia la oí, en boca de mi padre, en multitud de ocasiones, pero… ¿Conoce Ud., estimado lector, esta frase?
“Vas a morir como Felipón!!”
Yo mismo he podido oírla muchas veces en Torrepadre, e incluso me sorprendió escucharla en Barcelona de labios de un catalán, mientras jugaba una partida de Damas.
Algunos creemos que pueda tener su origen en esta historia que acabo de narrar, y que en su día, pudo ser bastante difundida a través de los medios de la época.
Seguro que los que más puedan conocerla serán las personas mayores, ya que entre la juventud, parece que se ha perdido este dicho, y con él el recuerdo del hecho que puede ser su origen.
Los dichos o historias del pasado, tanto de nuestras familias como de nuestros pueblos, suelen estar basados en algún acontecimiento histórico, ya sea personal o colectivo, que por haberse conservado durante muchos años, forma ya parte de nuestro acervo cultural.
Desde aquí invito, a todas las personas, de cualquier edad y condición, que recuerden algún dicho o episodio de estas características, se atrevan a ponerlo por escrito y a publicarlo, por sí mismo o con ayuda de otros, para que estas riquezas culturales perduren a través de los tiempos y generaciones.
¡Ayudemos a que no se pierdan nuestras tradiciones culturales!, sin ánimo de catalogarlas como buenas o malas, querámoslo o no, son parte de nuestro patrimonio.
Firmado: Luis Álvarez Antón

miércoles, 10 de agosto de 2011

La charanga


El concepto de CHARANGA exige ante todo algo de música, o, por lo menos ruido; y como los integrantes de esta orquesta bufa, optaron por el ruido, no les quedó más remedio que acudir al ingenio y la gracia. 

Ellos mismos se construyeron los instrumentos, que no tenían ni  agujeros ni claves, ni sostenidos ni nada ¡Hay que tener bemoles para eso! Y con tubos y embudos y regaderas de todos los tamaños armaron un grupo orquestal en el que todos los instrumentos sonaban igual. Así nació  “La Charanga”. Sus “virtuosos” eran entre otros Cesáreo, Angelito, Ezequiel, Rafa, Juli, Julián Orozco, Vidal, Albinio, José Campo y todo el que quiso soplar por un tubo.
Fotografía cedida por Cesáreo Ortega
 Sus componentes no necesitaban ni Director, ni partituras ni nada. Sólo unos chiflos que sonaban todos con la misma nota y, a la calle. Ahora sí: todos vestidos de músicos, algunos con frac y todo y a soplar que esto nunca desafina, todo dependía de la fuerza con que soplabas.

“La Charanga” después sufrió una metamorfosis y su crisálida derivó a una mariposa estelar que fue Cesáreo, que condujo a su aire lo que él engendró, y que brotes nuevos hicieron fructificar en lo que después fue la anárquica “Charanga”.
BIOGRAFIA no Autorizada de



“LA CHARANGA”

“La Charanga” como todo ser, nace pequeñita, frágil y casi desapercibida.

La Plaza estaba abarrotada, con la verbena en su descanso y aparecen dos viejecitas, con un cochecito de niños. En el cochecito de bebé un lechoncito rosado y muy en su papel, con algún gruñido que otro, pero sin exagerar, y la Plaza se llena de sorpresa y sólo se oye una pregunta:

“¿Quiénes son esas?... Pero, chica, ¡si en vez de niño llevan un cochino!...
¡Ay qué gracia!... No puede ser otro que Cesáreo. Y la otra, ¿quién es?... Anda, si digo yo que es Ezequiel….


Y las risas llenan la Plaza. Y ya no había músicos ni cantantes. Y todos apretujados para ver al “bebé”. El cochinillo tenía sed y era obligado una visita al bar, y al entrar se interrumpen las partidas de mus las rondas de claretes  pues  todos quieren ver de cerca al “bebé” cochino.

“!Este Cesáreo es que es la leche!”

Quedaba fundada “La Charanga”.

La Charanga es un caso sin igual en su organización o, mejor en su desorganización. La Charanga es un monumento a la improvisación y a la espontaneidad.
El decálogo de la Charanga no tiene más que un mandamiento y eso la convierte en un “monocálogo” y si se lee mal en un “monolocago”. Su único mandamiento es: “Haz reír a la gente y no importa con qué”.

Esto tiene un peligro: que no sabes en qué jardín te metes y cómo saldrás. Aquí no hay proyecto, ni programa, ni guión y sin saber nunca ni cuando saldrá ni cuando terminará. En una ocasión si se anunció. Un cartelito en el bar rezaba: “La Charanga saldrá cuando le salga de los c…”.

Si se sabe cómo empieza: Cesáreo se presenta en Villahoz por San Bartolo, y ante cuatro amigos en el bar va y dice: “Que salimos”. Nadie sabe a qué, ni de dónde, ni de qué va a ir la cosa. Todo el mundo  corre a disfrazarse de lo que sea y a seguir a Cesáreo calle Real arriba y todo el pueblo removido para ver esa disparatada “procesión” Y todo Villahoz es una risa.

Fotografía cedida por Cesáreo Ortega
Fotografía cedida por Ce´sareo Ortega


Más tarde ya hubo un poco de orientación y la gente preguntaba: Bueno, ¿de qué va este año?... De ahí la variopinta temática de un año a otro.

Cesáreo, no sé por qué razones, tenía tres obsesiones que le quitaban el sueño: Una era el disfrazarse, otra el vestirse de torero y la más lúbrica era el mito de la “zanahoria”. Yo me las ví y me las deseé para convencerle de que eso de mear por la calle a través de una zanahoria no era muy fino y más bien era una desvergüenza, y si el que meaba era San Bartolomé o San Isidro ya rayaba en lo sacrílego. Al final conseguí convencerle – aunque a regañadientes- que había que dar a la Charanga algún matiz cultural sin renunciar al desparpajo, al chiste, a la broma y aún al cachondeo, y así se empezó dedicando la farsa a temas como el teatro, parodiando El Tenorio, o a Cervantes con la imagen casi perfecta de D. Quijote y Sancho, o al mundo clásico romano con la vistosa reproducción de las cuadrigas romanas, o la última rememorando con una espectacular carabela la hazaña de Los Pinzones.

Pero, he aquí que, un año –no sé por qué razones- yo no pude estar en Villahoz por San “Bartolo” y Cesáreo dio rienda suelta al subconsciente y montó la de San Isidro, entronizado sobre una maquina de veldar y meando por toda la Calle Real a través de la dichosa zanahoria. Yo creo que con eso se quedó tranquilo y redujo sus obsesiones a dos: el disfraz y los toros.

La primera muestra taurina fue vestidos Cesáreo y su partenaire “Perero” con traje de luces impecable aunque les apretaba un poco la taleguilla, y pasear a una vaca lechera con el nombre de la Charanga pintado en los costillares y haciendo un paseíllo grotesco, con los toreros delante y la vaca detrás por toda la Calle Real. Intento de meter a la vaca en el bar de Porfirio, a lo cual se negó el animal con todo decoro, o a lo mejor es que no tenía sed. Paso por delante de la Iglesia y de rodillas, los dos fantoches toreros rezan para pedir suerte – la vaca no se arrodilló, a lo mejor era atea- y llegada a la Plaza, con toda la gente alrededor y Macario sujetando a la vaca, por algo era vaquero de oficio y al único que la vaca obedecía.

Y empieza la faena; Cesáreo el maestro y “Perero” el subalterno. Planta su taburete y su caldero debajo de las espléndidas ubres del animal y el subalterno acciona el rabo a modo de palanca extractora. Y la Plaza muerta de risa y cuando el caldero se suponía lleno, Cesáreo con todo su aire torero lo lanza contra la multitud. Menos mal que sólo había en la herrada papeluchos blancos, que sólo asustaron a los más ingenuos, viéndose pringados de leche recién ordeñada. Y ahí acabó la corrida. Después hubo que indemnizar a Teodosio, porque Al ordeñar por la noche, la pobre vaca estaba tan cabreada y estresada que no dio ni la mitad de leche que tenía por costumbre. Y La Charanga se desvanecía como una pompa de jabón que acababa con la tarde charanguera. Y la admiración de siempre:

!Este Cesáreo es la leche!

Y, por fin, me llegó el día en que conseguí dar un aire cultural al tema y propuse, y se aceptó el tema. Este año irá de teatro y monté sobre una plataforma de remolque de tractor un escenario con decorado de fondo el arco de la Torre y toda la magnífica perspectiva de la Calle Real. La obra era el D. Juan Tenorio, en concreto la famosa escena del sofá. Cesáreo era D. Juan – que, por cierto se agenció un disfraz digno del mejor divo del teatro- y Perero, una grotesca Dña. Inés con barba y dos descomunales tetas que, al ser abrazada por el apasionado amante, explotaban inundando de risas toda la Plaza. Los actores sólo hacían gestos y movían los labios mientras dos lectores, entre bambalinas, leían los unos textos fusilados del insigne Zorrilla:

“¿No es verdad, ángel de amor
Que en esta tranquila Villa
que se llama Villahoz,
la gente se desternilla
con sólo veros a vos?”.

Y así unas cuantas estrofas más, destrozadas descaradamente del original. El problema era cómo terminar aquello, ya que no había telón. Que los músicos tocaran la jota de S. Bartolomé y; a bailar!.

Por fin se había conseguido, que un pequeño soplo de cultura entrara en La Charanga sin abandonar la vena humorística y aún irreverente, que es lo que gustaba al pueblo y le hacía reír. Yo no sé si los actores salieron a hombros o conducidos por la Guardia Civil.

En la siguiente sacamos a pasear a Dn. Quijote y Sancho. Aquí los figurantes: Cesáreo y “Perero” dieron una imagen perfecta con su caballo alazán Cesáreo y su aparente burro “Perero”. Yo no sé de dónde sacó Cesáreo la vestimenta pero, salvo en la estatura, y un descomunal lanzón que daba miedo. No era menos fiel a la historia Sancho Panza, barbudo, barrigudo con su zurrón y su bota al hombro, el burro con sus alforjas, todo como en el libro. Y molinos de viento por todas partes anunciando la “Ínsula Barataria” “La Venta de Leopoldo”, “El mesón de La Paloma”.
Fotografía cedida por Cesáreo Ortega


También para esta Charanga hubo unos textos que como pudimos –pues las megafonías no nos funcionaron nunca- intentamos que llegaran a la gente, cosa harto difícil pues el vocería lo dominaba todo.

Fotografía cedida por Cesáreo Ortega


Parada obligada ante el bar de Jesús a petición de Sancho:

-“Digo yo, Sr. Dn. Quijote, que en este mesón que tiene fama de buen yantar,  bien nos darían unas buenas magras y un jarro de vino para limpiar el gaznate, que harto hemos ya caminado y peleado sin nada que llevar a la panza.

-Anda, come y bebe tragón, que lo que es pelear… pocos gigantes has derribado tú”.


Ante la Iglesia otra parada para decir otra “parida”.

-Mira, Sancho, y descúbrete que estás delante del Castillo de la Princesa Micomicona que a tantos caballeros enamoró.

-¡Qué castillo ni qué leches! Que esto es la Iglesia de este pueblo llamado Villahoz, y no es de La Mancha y aquí como mucho dan hostias. Así que sigamos porque si hay palos y mogicones, yo ya sé quien los recibe”.

Y llegamos ante el Rollo. Golpe seco de brida que paran a Caballo y Rucio.

-“Esta que ves aquí, Sancho es la invencible lanza del gran Amadís de Gaula, con la que derribó gigantes sin cuento en cuantas batallas peleó.

-¡Qué lanza ni que cojones! Que esto es el Rollo de este pueblo. Y más nos vale alejarnos de él si no queremos que nos cuelguen a su merced y a mí y aún a Rocinante y Rucio”.

Y, sin saber cómo, la comitiva se desvanecía sin que nadie diera la orden ni nada.

Y llegamos a lo que yo llamo la “era de la tecnología”. Se adhieren a La Charanga todo un grupo de técnicos que saben de todo y saben resolver problemas que antes nos atascaban y teníamos que salir con lo puesto. Son: primero Diego, con toda su sabiduría y el potencial de su fragua. Todo se podía con él. Le siguen Fernando y “Toño” (q.e.d.) excelentes mecánicos que dominan toda clase de artilugios, y se une “El chico Bene”, Javi, todo fuerza e ímpetu y la valiosa “Trouppe de los hijos de la Milagros: Pablo y Aurelio (q.e.d.). Ya descansaba en paz también el inefable Vicente “Perero” que con su desaparición dejó alicorta a La Charanga.

Con tanta tecnología aquello empezaba a funcionar. Yo sugería y los otros hacían, que no es poco. Se construyó una exagerada plataforma rodante y tirada por un vehículo a motor sobre la que iría montada toda la “jarca” charanguera. Tam ambiciosa fue que su ancho no pasaba por según que cales, lo que reducía los recorridos que nos hubiera gustado.

El primer uso de la plataforma fue modesto y hasta un pelín soso: representar la vida del campo.
Una frondosa encina con un campesino que dormía la siesta a su sombra, con la bota al lado, una cocina que echaba humo y todo y Cesáreo que no sé lo que hacía allí pero, seguro, que lo animaba con su “gracia”, y a la Torre que aquel año había toros.

A la plaza no le faltaba de nada: con sus burladeros, sus carteles, sus taquillas y su reloj marcando “las cinco en punto de la tarde” como en el poema de: “A la muerte del torero Antonio Sánchez Mejías” de García Lorca. Lleno hasta la bandera, bueno hasta el Potro en la subida a las bodegas. El encierro era dispar: salió el primero, un gato que al sentir el ¡Oh! De la multitud saltó bufando por donde puedo con peligro de algún arañazo no deseado. Fue lo más peligroso de “la corrida”. Había un espiker que anunciaba el segundo de esta manera:

“Y sale el segundo, negro zaíno, meano y algo marrano”.

Era un cerdo de la ganadería de los Angulo pintado de negro. Manseó en tablas y fue devuelto a los corrales por cochino y mal educado, falto de casta y sin ninguna posibilidad de lucimiento para los toreros Cesáreo y “Perero”.
Fotografía cedida por Cesáreo Ortega


Y salió el tercero que era toro de verdad. Una ternerita rubia que aún mamaba pero que tenía una mala leche que el pánico cundió en el ruedo. No faltaron “banderillas”, gigantes cónsul pimiento, pepino y tomates ensartados que nadie consiguió clavar porque no tenían pincho. Aquel animalito, que casi tenía la ternura de un peluche, creó el pánico en todos los charangueros, y, al día siguiente, las lavadoras funcionaron a tope, porque todos estábamos cagaditos de miedo.

Fotografía cedida por Cesáreo  Ortega

Eso fue el bautismo taurino de La Charanga y se ve que gustó, pues en años siguientes hubo más vaquillas.

El año siguiente fue el año estelar de La Charanga, gracias al aporte de técnica de los ya nombrados nuevos socios. La idea iba de Romanos y entre  todos: yo dibujando y pintando, otros tratando motores, maderas y hierro y los menos hábiles trayendo el porrón para refrescar el gaznate y las ideas, construimos unos carros romanos de carrera, las “Cuadrigas”, que fueron la admiración de la gente. No quiero decir como estaban hechos, porque parecían de verdad, corrían como rayos y metían un ruido que ya lo querrían para sí los de la Fórmula 1; Y cuando se paraban los caballos se meaban de verdad, como un homenaje a la dichosa zanahoria de Cesáreo.

No faltó la ambientación romana en todo el pueblo: La plataforma se convirtió en foro romano, con sus columnas sus lávaros y sus matronas romanas que presidía la Calpurnia Milagros. Los centuriones iban montados en sus cuadrigas, Cesáreo haría de Nerón, o algo así, y todo esto para llevar a la gente de la Torre, donde estaba la plaza de torear.

Fotografía cedida por Cesáreo Ortega
La ambientación más vistosa fue la Loba Capitolina que campeaba en lo alto del Arco de la Torre, y amorrados a sus ubres no eran Rómulo y Remo sino las estrellas de la Charanga: Cesáreo y “Perero”. Hasta el Diario de Burgos nos dedicó una página entera, con foto espectacular de nuestro arco de la Torre con la Loba romana encima y con un epígrafe que nos honra: “Villahoz conquista Roma”.


Fotografía cedida por Cesáreo Ortega


En la “Plaza” hubo lances para todos los fustos, revolcones, muchos; y hasta la Guardia Civil, en uniforme de servicio y que ordenó la comitiva hasta allí, se atrevió a pasar algún sustillo y perder el tricornio para evitar el seguro revolcón. Alguien de algún pueblo vecino que no reconocía a nuestros “guardias”: Angelito y el desaparecido Jesús (q.e.d.) el Francés –para nosotros el “Voulez vous”- se escandalizó. Su comentario no tiene desperdicio: 

“Anda que si le coge la vaca… ¡menudo paquete le iba a caer si se entera el Comandante de puesto!, ¡Si no lo veo no lo creo!.


Cuando la fiesta terminó, y fue tan del agrado de la gente, en la celebración que hacíamos los actuantes con una merienda en la bodega, yo ya les dije: El año que viene que es no sé que centenario de la Conquista de América, hay que salir en barco, id pensando si contratamos a los Hnos. Pinzones, o algo por el estilo.

Dio la casualidad que aquel verano yo no pude venir y participar en la organización, pero me contaron –y las fotos así lo corroboran- que con la colaboración de todos se construyó una espectacular Carabela y que el himno de La Charanga, aquel año fue:

“Los hermanos Pinzones
Eran unos mari… (neros)
y se fueron con Colón
que era otro mari… (Nero)”

Y me cuentan también que la vaquilla cambió de plaza y no le debió sentar bien porque el riesgo estuvo a punto de amargar la fiesta, y La Charanga se asustó.


En resumidas cuentas La Charanga murió –de éxito y por meterse en unos jardines, que aunque a la gente le gustaba, no estaban en sus genes y traicionó las raíces que eran hacer reír a la gente a cuerpo limpio, con la imagen nítida y, como mucho, vestido de cualquier zarramanto. Los trajes de luces nunca le sentaron bien ni a Cesáreo ni a “Perero” (q.e.d.) y sus brillos cegaron su principal virtud: hacer reír sólo con la imagen y algún aditivo pseudo político.


La Charanga murió, viva el pueblo y la alegría.

 
GRATITUDES:

Claro, todos estos tinglados conllevaban unos gastos: los animales bravos alquilados costaban mucho dinero que La Charanga no tenía. Había que conseguir mecenas,  y será injusto no mencionarlos aquí: Serafín Ballesteros, viéndolo caro y sabedor de nuestras penurias, ni siquiera esperó a que lo pidiéramos: “Para La Charanga pedid lo que os haga falta”, y le faltó tiempo para tirar de talonario.

Otro enamorado del pueblo, sin que él participara en la fiesta y sin más nos donó una cantidad que nos sacaba de apuros. La Charanga nunca dependió del dinero del Ayuntamiento, aunque algún año algo costearon. De estas donaciones, que yo nunca vi,  ni siquiera supe quien las administraba, nos sacaban de apuros y a más de uno nos costaba algún gasto, a más de las rifas cutres que hicimos, y no emitimos “Bonos del Estado” porque no se nos ocurrió.

Si es cierto el dicho de: A rey muerto, rey puesto que se animen otras generaciones de gracioso e ingenios, que los hay, y piensen que de menos nació “La Charanga” y bien que nos divirtió.



Jesús Manrique
Villahoz, Agosto de 2011