(Fábula cachonda e irreverente, contada por el gerbero Jesús
Manrique)
Destinada para ser leída por amiguetes del autor, enamorados
del pueblo de Villahoz, devotas y devotos de San Bartolomé y todo aquel que
habiendo caído en sus manos, “le dé una higa” la Historia con mayúscula y tenga
ganas de sonreír a costa de este estrambótico autor.
En el principio de los tiempos, uno de los discípulos de
cristo, llamado Natanael, fue destinado – o lo escogió él, esto no se sabía- a
predicar la nueva religión fundad por Jesús de Nazaret y sus doce apóstoles
menos uno- Judas, de infeliz memoria- después reemplazado por un tal Matias,
para que fueran doce y no once. Bueno, a lo que vamos; que el tal Natanael lo
mandaron a predicar el evangelio a La India. Y ¡hay que ver como estaba La
India entonces!: Un montón de religiones y dioses, vacas y monos por todos los
sitios, y vete tú a decirle a aquella gente tan acostumbrada a pasar el día
haciendo el indio, que no hay más que un Dios, que Él lo creo todo, y que hay
que amar al prójimo aunque sea un cabroncete, y la resurrección de la carne y
todo eso…
Natanael no consiguió convencer a ninguno y no sólo eso sino
que fueron a por él y lo martirizaron. Pero no de cualquier manera. Le
despellejaron vivo y le arrancaron la piel a tiras, ¡Con lo que eso duele!
Se ve que Natanael aunque le firmaron los papeles de mártir,
no murió del todo y haciendo alarde de valentía, o por prodigio divino, que
estos apóstoles, al principio tenían maniobra para hacer milagros, y eso,
escapó a las iras de los indios y se vino andando a través de toda Europa
buscando un lugar idóneo para asentarse y cumplir el mandato divino: “Id por todo el mundo y predicad la Buena
Nueva, o sea, el Evangelio”. India había que dejarla por imposible.
Andando, andando se paró en el Taj Mahal, a pedir ayuda pues le pareció que se
trataba de una casa bien. Pero fue recibido a cachavazos y llamado de todo: “¡Inútil, obsceno!, ¿no ves que esto es un
sepulcro y no una casa de placer?...”
Al salir de aquella humillación, se cambió de nombre y se
llamó Bartolomé, despistando a todo el que a través de Europa le pedía los
papeles porque n árabe “Bar” es igual a hijo y “Tolomeo” es por todos conocido.
Bartolomé consiguió algo de prestigio con ese nombre y así atravesó la Grecia
de todas las culturas, el norte de Italia y toda Francia sin meterse en
predicaciones ni apostolados, por si acaso. El hombre sólo tiene una piel y a
él se la habían arrancado a tiras. ¡Malditos indios! Bartolomé no se atrevió a
abrir la boca en todo el camino, no se fuera a repetir lo de La India. Su
trabajo le costó atravesar los Pirineos y recorrer el país hacia el sur. Un
país que estaba cubierto de espléndidos bosques, de tal manera que según dice
Estrabón- algunos dicen que fue Plinio el Joven- en Hipania, que así se llamaba
esto, una ardilla podía ir de la cordillera Cantábrica a Sierra Nevada, sin
bajarse de los árboles. También son ganas de exagerar. Y San Bartolomé, chino
chano, se asomó a la meseta de Castilla y casi sin quererlo se vio en un lugar
muy apacible que entonces llamaban “Villafauce”, y Bartolomé, que de camino
había aprendido algo de latín, se dijo: “¡Coño! Villa-fauce. Esto debe ser
Villahoz, porque fauce en latín es hoz; y aquí se ve buena tierra y buena
gente, no como aquellos cafres indios que además de ser unos guarros y unos
vagos, fíjate lo que me hicieron…”
“Bueno, total que me quedo y aquí voy a fundar un reino
donde pueda cumplir con el mandato del maestro de predicar el Evangelio, que el
lugar es majo y la gente parece de buena pasta. Bueno pues ya está, aquí fundo
mi reino que se va a llamar, como no podía ser de otra manera: El reino de
Villahoz. Y yo asumo la titularidad de este reino en nombre de Dios, que hasta
aquí me trajo tras librarme milagrosamente de los malditos indios que Él les
confunda y que se metan donde les quepan sus vacas, sus monos y sus elefantes”
Llegó un día en que el Rey San Bartolomé- yo no sé si
pensando en la sucesión al trono de Reino de Villahoz, o simplemente acuciado
por la ley natural de la especie humana- San Bartolomé se echó una novia. Buena
moza, esbelta y guapa y hasta un palmito más alta que él; se llamaba Madrigal y
los vecinos le pusieron un mote por demás elogioso: La llamaron “La Resmerada”.
Y todo iba bien, pero cuando comprobó que allí no había ni muslos, ni nalgas,
ni entrepierna, sino unos listones de madera y unos aros que daban forma a su
espectacular talle. Bartolomé quedó convencido de que en verdad era virgen del
todo, pero lo dejaron correr y ella se retiró a su castillo de la Ermita y él a
su trono del retablo de su palacio de la Iglesia. Todo de común acuerdo y
amigablemente.
San Bartolomé, para aliviar la soledad, se compró una mascota,
que llevaba atada con recia cadena, y que era el mismo diablo. Los entendidos
decían que era diablesa. No sé dónde mirarían para decir eso. Y ya nunca más se
habló de sucesión ni de casorios.
Y es que “La Resmerada” tenía otro pretendiente llamado San
Isidro, que era también labrador y éste iba a verla a la Ermita y se daban
buenos paseos arriba y abajo y éste la presentaba y hasta convivían juntos sus
buenos quince días y a todo el mundo le parecía bien. Pero había un
inconveniente y es que el tal San Isidro estaba casado con Santa María de la
cabeza y no era cuestión de armar allí un escándalo; así que el 31 de mayo,
Madrigal se fue a su castillo de la Ermita y San Isidro se quedó con la
hornacina, con su reja de arado y esa miniatura primorosa que le había regalado
Jesús Gutiérrez, gran artista de la madera y la gubia. Ya nunca más se habló de
estas cosas. Aquí se venía reinar y a
gobernar.
Bueno, vamos a ver… Lo primero que se necesita es un
ministro de agricultura y que podría ser ese que se dice Val y que son una buena cuadrilla y conocen bien
las tierras.
-
A ver, tú, no sé cuántos Val: Tú, ministro de
agricultura.
-
Vale, y ¿qué hago?
-
Mira, no quiero ver un árbol en treinta
kilómetros a la redonda. Como mucho algún gerbal que otro, y en lugares que no
estorben.
Alguien intervino quejoso:
-
¿Y la sombra para el verano? Porque aquí, en
Agosto calienta de cojones.
-
Bueno, eso se arregla con unos cuantos nogales
plantados estratégicamente para tomar la sombra al mediodía y para que se
arreen las ovejas y el pastor se eche la siesta.
-
¿Y qué hacemos con el monte que está plagado de encinas y
robles?
-
¡Todos abajo!; que la tierra de encinas buena es
para el trigo y la cebada y aquí ha de quedar todo llano para el trigo, la
cebada, los yeros y las lentejas. ¿O es que no queréis comer?... ¿Preferís las
bellotas al pan candeal y que los animales se mueran de hambre sin cebada ni
yeros? Fuera las encinas. Dejaremos unas pocas en el montecillo como reserva
protegida, para que cazadores y furtivos tuvieran para comer ellos y sus hijos,
y no solo pan y titos. En cuanto al reino del Verdugal, que tiene su capital en
las casas del monte, ya pactaremos con su Rey qué es lo que hacemos con los
robles y las encinas.
-
Y, ¿Quién manda allí?
-
Allí reina “Lobo”. Y con ese, pocas bromas.
-
Que ya verá dónde se retira pero irse no se va.
Y con esto queda apañado el campo y toda la agricultura. Así que… ¡A gobernar!
Y para obras públicas ponemos a Quevedo, sea clérigo o no, aunque para lo
primero que hay que hacer, mejor que sea clérigo que no laico.
-
¿Y qué es lo primero?- Se adelantó Quevedo con
haldas.
-
Lo primero es hacer aquí, en esta explanada una
gran Iglesia en la que quepa todo el mundo, como lo hizo mi amigo y medio
pariente Santiago, allá en su reino de Galicia
El Quevedo ya investido, se apresuró a objetar:
-
Pero si aquí no hay piedras para tan descomunal
monumento.
-
Ahí tenéis bien cerca toda la que queráis, en
Historia de la Cantera y si aún faltara, ya he hablado yo con otros reinos
menores que se asociarán al nuestro y hasta nos darán las piedras ya labradas
de sus iglesias, como son: Las iglesias, Congosto, San Mamés y alguna más. Por
piedras no os preocupéis: y ya os traeré yo canteros del reino de Galicia, que
son los mejores picapedreros para esto de las iglesias. ¡Anda que no la
hicieron lujosa en su reino! ¡Y es que su rey Santiago, tiene una mano para
eso…, y un poder…! Pero bueno, nosotros con lo nuestro haremos lo que podamos,
pero que la iglesia sea hermosa y grande como la que más. Manos a la obra, que
para eso eres ya ministro de Obras públicas.
-
También necesitamos un ministro de instrucción,
cultura y arte. Y podrías ser tú mismo Álvarez y si necesitas algún cargo de
confianza echa mano de Martínez o Velasco. Si aquí tenemos gente de sobra. Lo
primero hay que mandar a Flores al conservatorio de música para que saque el
título de dulzainero. Ya le recomendé yo al director del conservatorio, que es
un tal Eufrasio de los Baltares, que es amigo mío. Y luego necesitaremos
campanas.
Recogieron todo el bronce en pulseras, pendientes,
brazaletes, anillos y hasta los adornos de las cabezadas de las caballerías,
los fundieron en mitad de la plaza y moldearon dos enormes campanas de 50
arrobas cada una y que llamaron a una Asunción y a la otra Madrigal. Y como
siempre hay algún pesimista que sólo ve lo negativo o trabajoso, alguien dijo:
-
Y… ¿Cómo coño subimos esto hasta allá arriba?
Los ministros ya nombrados,
dijeron:
-
¡Coño! ¡Pues es verdad! Pero si otros lo han
hecho, los gerberos no vamos a ser menos
Y cuando la torre estuvo terminada, el carretero hizo la
melena con el tronco del olmo más grueso que se había salvado de la roturación,
el herrero hizo los herrajes que sujetaban el bronce a la melena; y arriba con
ellas. Instaladas cayeron en algo que antes no habían calculado.
-
¿Y quién diablos voltea ahora las campanas con
lo que pesan? Habrá que manejar sólo los badajos.
Todos los más forzudos echaron una mano para subirlas; con
una prevención: Los enclenques… no; que no hacen más que estorbar. Tardaron
tres meses en llegar arriba, descansando cada cuatro peldaños de la escalera de
caracol, hasta llegar al lugar de las campanas.
Una vez colocadas, entre todos consiguieron voltear una vez
una de ellas, pero desistieron de darle más vueltas porque peligraba cargarse
la pared donde estaba encajada.
Lo dicho: Sólo con los badajos:
Hicieron subir a Manolito, que era el único que tenía el
título de campanero para que las probara. Agarró las cuerdas de los badajos,
dio unos cuantos badajazos y dijo:
-
“Esto suena de puta madre” Mire usted señor Rey
San Bartolomé.
-
Pero hablad bien que no cuesta un huevo. No
olvidéis que estamos en sagrado.
-
Bueno, que sí que suena que suena que es la
hostia. Mire:
Que me l’han tentau, tentau,
tentau
En la bodega de Cuadrau
Cochina, marrana, no haberte dejau dejau, dejau…..
-
Y lo mismo el:
Sartén- pelón; Pelón sartén para
las fiestas y procesiones
Al Rey le pareció bien y todo el pueblo que lo oyó quedó
encantado.
-
¡Hay que ver este Rey lo que ha hecho en cuatro
días! Dios nos lo conserve por los siglos de los siglos.
Bueno, se necesitaría algún ministro más, por ejemplo:
Ministerio de Justicia. Y como en todo había total democracia, alguien dijo:
-
Para esto nadie mejor que el Justo y la Paca,
para que no digan las mujeres
Justo y la Paca hacían justicia de la buena ya además
“hacían sillas nuevas y arreglaban el culo a las viejas”
Sólo le faltaba al rey San Bartolomé un ministro de trabajo.
Y para el cargo se presentaron los más vagos, porque los demás estaban ya
trabajando.
-
¿Y el ministro de la Guerra o de Defensa…?
-
Para eso nadie mejor que un Ballesteros, que
sepa manejar la ballesta.
-
Pero, ¿cuál?... Que aquí hay un montón
-
Pues el que tenga más puntería con la ballesta.
Y con eso y un par de tirachinas tenemos de sobra. Guerras,
cuantas menos mejor, que hartas hay por ahí.
Así las cosas, y cuando parecía que todo empezaba a rodar,
alguna mente ilustrada se le ocurrió decir:
-
Ya tenemos Rey,
ministros e Iglesia, pero no tenemos himno nacional y no hay reino que
no tenga su himno que conmueva los corazones al cantarlo.
Fue el ministro de cultura, entendidillo en músicas y sones,
el que propuso que el himno nacional fuera “la jota de San Bartolomé”, del
maestro Eufrasio, y que los gritos de exaltación patriótica no fueran como en
las Españas del gran Santiago, el típico “Arriba España” o “Viva España”, sino
algo más nuestro como “¡Que viva San Bartolomé, que viva y que viva!”. Y así se
cerró el pleno. Y el discurso del Rey San Bartolomé terminó así:
-
Y ahora todo el mundo a trabajar, y a quien Dios
se la de que San Pedro se la bendiga.
Quedaban algunas flecos suelto y eran las relaciones con
algunos reinos menores, con
Quienes había que hacer pactos o asimilarlos al gran reino
de Villahoz recién fundado. Estaban el reino de Pigoña que era pacífico y no
creó ningún problema. Estaba también el señorío Valdaya que estaba más cerca de
Escuceros y Santamaría que de Villahoz. No hubo ningún problema para convencer
y asimilar a la Sorruga o a Valdompadre, pero había uno que se resistía y San
Bartolomé no se atrevió a meterse con él. Pues tenía un nombre muy agresivo y
malsonante: Era el reino de Valdecabrón, cuyo rey era el mismo demonio y veta tú
a saber de dónde sacaron ese nombre. Por si acaso lo dejaron en suspenso en la
esperanza de que ya caería cual fruta madura, sin tener que arrodillarse ni
pelear con nadie. Además no era ni tan rico ni tan extenso, que supusiera un
peligro para la unidad del reino del Villahoz como ya se le llamaba. Lo de San
Bartolomé quedaba sólo de adorno y anécdota “histórica”.
Una vez conseguida la unificación, se pensó en la
posibilidad de encerrar el reino con una gran muralla, pero ante la imposibilidad
de encontrar tanta piedra, para aislarlo de los reinos vecinos, se quedó todo
en una raya. Y así Villahoz, por uno de los puntos cardinales llega hasta la
raya de Tordómar, por otro hasta la raya de Mahamud; a la raya de Zael por el
monte y a la raya de Escuderos por el Oeste.
Alguien, impaciente, en el último pleno que se celebraba en
mitad de la plaza, dijo:
-
Bueno… y del rollo, ¿qué?
Y San Bartolo, que ya la gente amistosa y cariñosamente lo
llamaba así, le acalló con argumentos que convencieron a todos.
-
No seas impaciente, todo se andará y eso cuando
los reyes de las Españas nos asimilen al gran reino. Ellos mismos, el gran rey
Fernando se encargará de levantarlo sin que nos cueste un maravedí. Pero para
eso hay que esperar hasta el siglo XIV. No te preocupes, que rollo habrá tanto
si lo queremos, como si no. Además que dicho rollo sirve de picota para
ajusticiar a malhechores y asesinos, y aquí, de momento, todo el mundo es bueno
y trigo limpio.
-
¿Y cuándo haremos la coronación?
-
Nada de coronaciones ni de otros fastos que son
muy costosos y no está el reino para gastos. Lo que sí que hay que hacer
enseguida es procurarnos los signos indispensables de todo reino que se precie,
como son la bandera, el escudo y el himno, y eso lo vamos a hacer por
aclaración popular: Cada vecino que escoja la suya y ya veremos cuál es la que
más se repite y esa será la que más nos guste. Tiempo perdido porque se
presentaron tantas como vecino y a cual más disparatada. Al fin se escogió una
con los colores verde y blanco, con el escudo en medio. Nada de águilas ni de
toros huevones ni de toros huevones. El verde por el color de los trigos en
primavera y el blanco por el color de los rastrojos en agosto. Y el escudo,
también de lo más sencillo: Un fondo liso sin cuarteles ni gules y una mano que
empuña…
-
¡Ya lo sé! Una hoz
-
Pues no; un podón que es la herramienta que se
utiliza para podar los majuelos en otoño, pues es bien sabido que antes de
llenar nuestras tierras de trigo candeal, cada cual se plantó su majuelito,
porque ya se barruntaba que aquí se iba a soplar de cojones y de ahí que se
obligara a todo el mundo a excavar su bodega a veinte peldaños de profundidad
para tener vino fresco todo el año.
Esto les pareció bien a todos y no hubo ni una sola
protesta. San Bartolomé bendijo la genial idea y también él se echaría sus
buenos tragos.
-
Bueno majetes, sois la hostia. Así da gusto
reinar.
Y nos queda el himno. Esto va a ser más jodido, porque nadie
sabía el solfa, y se lo encargaron a Eufrasio, que era el director del
conservatorio de música con sede en los Balbases. El día que lo presentó gustó
tanto a todo el mundo, hombres, mujeres y niños se pusieron a bailar como locos
y no se habló más.
-
Este es nuestro himno
-
Y ¿Cómo se llama maestro?
-
Es una pieza que yo me he inventado de oído con
una dulzaina y se llama ¡La jota de San Bartolomé” a honra de nuestro rey
-
Pues ya tenemos himno nacional; es sólo música
sin letra para que nadie tenga la tentación de inventarse letras chungas e
irrespetuosas con nuestra principal institución: “El reino de San Bartolomé”.
Todo el mundo lo sabrá tararear y no habrá necesidad de enseñarles la letra a
los niños en la escuela. Ahora vamos a promulgar las leyes fundamentales en
todo el reino que se precie y con ellas haremos un código que será un código de
barras pues no tendrá más que una ley: ¿Para qué queremos más? Ya tenemos la
Ley de Dios que también es corta y ya vemos lo mal que se cumple. Nuestra única
ley es: “Todo el mundo tiene derechos al trabajo y a comer de él”
-
¿Y la fiesta nacional?
-
Ya salieron los gandules. ¿No tenéis bastante
con los domingos y las pascuas?
-
No, si es para honrar a nuestro rey que tan bien
ha organizado esto.
-
Bueno, bueno. La fiesta será el 24 de agosto y
no más de tres días de bailoteo y borrachera, que ya os conozco. Pero antes
tiene que estar todo el trigo en las paneras y las eras limpias. Y que haya
procesión y misa floreada y buenas meriendas en las bodegas, que eso atrae
mucho turismo y eso siempre ayuda a la economía del reino; pues sino aquí no
hay una perra gorda. Y si no pedís nada más, se cierra la sesión parlamentaria
y que sea el secretario quien levante acta, o que levante lo que pueda y “ a
vivir que son dos días”
-
Y, ¿Quién es el secretario?
-
¡Coño! Pues uno que sepa leer y escribir, ¡No te
jode!... Y que sepa algo de leyes y documentos.
Dado en Villahoz, a tropecientos y pico y firmado por su
rey:
San Bartolomé
Autor: Jesús Manrique